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Las chicas del radio

Por: Juanita Rivera (10°B)


Era la mañana del 10 de abril de 1917, cuatro días después de que Estados Unidos entrara a la Primera Guerra Mundial. Grace Fryer, con 18 años de edad, caminaba por las grises e industrializadas calles de Nueva Jersey, de camino a su nuevo trabajo como pintora de esferas en la ‘United States Radium Corporation’ (USRC).


Al momento de la Guerra, cientos de mujeres de clase trabajadora fueron contratadas para pintar esferas y relojes militares con un nuevo elemento: el radio. Pintar esferas era el trabajo ‘élite’, ya que el salario era el triple de lo normal y esto les daba a las mujeres cierta libertad financiera en una época de ‘emancipación femenina’. La luminosidad del radio era parte de su atractivo, causada por la radiación, pero, lamentablemente, en esa época no se tenía el conocimiento de lo que aquella podría provocar, a menos que se fuera experto en el tema. Aprovechando su brillo, las trabajadoras incluso se pintaban a propósito para ellas mismas brillar.


A Grace y a sus compañeras se les instruyó para realizar ‘correctamente’ su trabajo.


Tienen que deslizar los pinceles entre sus labios para conseguir una punta fina; mojar y pintar les advirtió la supervisora.


¿Esto nos hará daño? preguntó Mae Cubberly, una de las chicas.


No es peligroso, no hay porqué tener miedo —respondió el gerente, el Señor Savoy.


En aquella época, se creía que una pequeña cantidad de radiación era, inclusive, beneficiosa para la salud. Varios productos de la vida diaria, como los cosméticos y la crema dental incluían el elemento.


Un día, en el lugar de trabajo, todo cambió.


¿Qué te pasa? preguntó Grace a Mollie Maggia, una de sus compañeras, quien lucía un poco mal.


Me siento enferma… y desde ayer me viene doliendo la mandíbula.


Deberías reposar e ir al dentista —respondió Grace.


Así fue como Mollie abandonó el estudio y se dirigió hacia el dentista. Su dolor aumentaba con cada paso que daba y, al llegar al dentista, estaba desesperada. Pero lo peor estaba por llegar: cuando el dentista empujó delicadamente su mandíbula dentro de la boca, para su horror, se rompió entre sus dedos.


Días después, le retiraron la mandíbula inferior del mismo modo. Mollie se estaba cayendo a pedazos, pero no era la única. Poco después de los sucesos ocurridos a Maggia, Grace estaba teniendo problemas con su mandíbula y sufría dolores en los pies y en la cadera. Muchas de sus compañeras de trabajo también sufrían algo parecido.


Era el 12 de septiembre de 1922. La extraña infección de Mollie Maggia, de 24 años, se extendió y avanzó a través de su vena yugular, acabando con su vida. Como el tic-tac de un reloj, palpitaba el corazón de las antiguas compañeras de Mollie. Una a una, la siguieron a la tumba. Los doctores estaban desconcertados por estas muertes; no sabían muy bien qué las estaba causando. La USRC negó cualquier relación de las muertes con la compañía.


Una mañana primaveral, en 1924, le encargaron a un experto que investigara la relación entre la profesión de pintora de esferas y las enfermedades de las mujeres. Poco tiempo después, cuando el experto confirmó la relación, el presidente de la empresa se enojó y pagó unos estudios que publicaron la conclusión opuesta.


Las mujeres intentan endosar sus enfermedades a la empresa denunció Savoy—, y buscan que las ayudemos con enfermedades que no tienen nada que ver con la USRC.


Hubo que esperar hasta 1925, cuando murió el primer empleado varón, para que los expertos se hicieran cargo.


“He probado que el radio es la causa del envenenamiento de las mujeres,” declaró Harrison Martland, un brillante doctor, en un estudio médico. “También he descubierto que cuando este se usa internamente, el daño es miles de veces mayor que si es aplicado externamente. Ese radio que las pintoras de esferas ingirieron se instaló posteriormente en sus cuerpos y ahora está emitiendo una radiación constante y destructora que está destruyendo sus huesos y agujereándolos como si fueran panales.”


Mientras tanto, Grace sufría. No había muerto todavía, pero su columna vertebral estaba triturada y tenía que llevar un refuerzo de acero en ella. Todas sus compañeras pasaban por algo similar. A algunas, las mandíbulas se les consumían hasta ser muñones. A otras, se les acortaron y fracturaron los huesos de las piernas espontáneamente. Una noche, llamaron a la puerta de la casa de Grace. Era una de sus compañeras.


¡Me he visto! lloraba Estoy envenenada, ¡mis huesos brillan! ¡Me he visto en el espejo! decía entre sollozos de angustia.


Y era cierto. Los huesos dañados comenzaron a brillar debido al radio que contenían en su interior. Las mujeres empezaron a agruparse para luchar contra la injusticia. Por todo Estados Unidos, aún había pintoras de esferas.


No es por mí misma por quien me preocupo comentó Grace Fryer a un periodista —. Más bien, pienso en los cientos de chicas a quienes puedo servir como ejemplo.


Fue ella quien lideró su lucha, decidida a encontrar a un abogado, inclusive después de que incontables de ellos la rechazaran por temor a las empresas o simplemente por incredulidad.


Eventualmente, en 1927, diez años después de que Grace aceptara por primera vez el trabajo de pintora de esferas, un joven e inteligente abogado de nombre Raymond Berry aceptó su caso. Sin embargo, a Grace y a sus cuatro compañeras inmiscuidas en el caso les informaron que solo les quedaban de cuatro a cinco meses de vida, y la empresa parecía dispuesta a retrasar los procedimientos legales. Grace y sus amigas tomaron una decisión: se instalaron afuera del juzgado a forma de protesta.


Aunque no ganaron el caso unos meses después, esto logró llamar la atención y fueron noticia en primera plana en el periódico local ‘Daily Times’ de Nueva Jersey, cumpliendo así su misión. Ese mismo día, una pintora de esferas en Illinois llamada Catherine Wolfe leyó el reportaje con horror. En su planta apenas podían trabajar debido al miedo. La empresa de Illinois, Radium Dial, rechazó cualquier responsabilidad, manipulando los resultados de las pruebas médicas hechas a las trabajadoras, que mostraban claros síntomas de envenenamiento por radio. Tiempo después, cuando las trabajadoras de la planta empezaron a morir, la compañía interfirió en la autopsias de las víctimas, robando huesos y partes del cuerpo vitales para la investigación.


La mayoría de las mujeres murieron por sarcomas, unos grandes tumores óseos cancerosos que crecían en muchas partes de sus cuerpos. A Catherine le dio un sarcoma en la cadera, pero eso no la iba a detener. A mediados de los años 30, cuando Estados Unidos estaba pasando por la Gran Depresión, Catherine y sus amigas demandaron a una de las grandes empresas de radio que aún seguía en pie. Su muerte estaba próxima cuando el caso llegó a los tribunales en el año 1938, y, sin embargo, Catherine Wolfe declaró desde su lecho de muerte, ignorando el consejo de los médicos. Finalmente, después de más de 20 años de lucha, consiguió justicia, no solo para sí misma, sino para los trabajadores de todas partes, honrando la memoria de Grace y de todas aquellas víctimas que la precedieron.





Fuentes:


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