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Plátanos de Sangre

Actualizado: 11 nov 2020

Samuel Araque Uribe (11°C)


En la madrugada del 6 de diciembre de 1928, se escucharon los gritos de los fusiles que, junto con los manifestantes, causaron un estruendo capaz de despertar a todo el pueblo. Una masacre avisada ocurrió bajo la luz de la luna llena que se reflejaba en las caras negras de los habitantes de Magdalena.

Bajo el cielo azul del pueblo de Ciénaga, el ardiente sol, las palmeras que bailaban al son del viento y la humedad que se veía reflejada en la descomposición de la pintura de las pobres casuchas de este pueblo, se vivía un ambiente de tensión, de odio, y de miedo. Ya llevaban más de un mes y más de 20.000 trabajadores enfurecidos que en sus cabezas llevaban sombreros de paja, y en sus pies, arrastraderas de yute, reclamaban con gritos y golpes de remo sus derechos ante la multinacional gringa que trataba a estos como sus antepasados fueron tratados. 

Se pedía a gritos un cambio en sus derechos y todos los bananeros junto con sus familias, esperaban en la fina y filosa arena el comunicado, dándoles la grandiosa noticia de que serían victoriosos ante la lucha que habían peleado con largo y arduo trabajo.

El pequeño grupo de empresarios bananeros bailaba, tomaba y cantaba tranquilamente en sus amplias casas, probablemente de color blanco que hacían juego con sus trajes y zapatos beige de cuero. Ellos le habrían dejado el trabajo al gobierno y mientras tanto disfrutarían del dinero que ellos mismos habrían ganado gracias a su trabajo duro en las casas de negocio y altos cargos en los que se desgastaban día y noche dando órdenes a sus bien tratados empleados. 

En la noche del 5 de diciembre, de ese mismo año, la mayoría de los trabajadores se reunieron en un mundo muy diferente al de los altos funcionarios y allí en la estación ferroviaria de Ciénaga, iluminaron la oscura velada con trincheras y bultos que ardían fuego. En las caras de los manifestantes se veía el cansancio, la ira y las pequeñas gotas de sudor que en sus frentes habían sido provocadas por el clima de esta región. Todos se acomodaron fuertemente en la estación, vías o vagones que se encontraban allí gracias a la presencia monopolizada de la United Fruit Company en toda la costa atlántica colombiana y esperaban que el gobierno de esta región diera vía a libre a los 9 puntos propuestos por los huelguistas. Pero, por el contrario, militares enviados desde las costas de Barranquilla y las regiones montañosas de Antioquia, empezaron a posicionarse en los flancos dictados por el general Carlos Cortés Vargas. Los manifestantes pensaron que la presencia militar en el lugar era gracias a la pronta llegada del gobernador, y la algarabía junto con gritos aumentaron. 

En la madrugada, las ametralladoras de piso junto con los fusiles de munición australiana ya estaban montados. Los soldados estaban listos para acatar las órdenes del general y todas las bocas de las armas se encontraban apuntando hacia el sur donde los huelguistas estarían. Un silbato empezó a sonar dando orden al primer aviso para detener los estragos, pero los bananeros sin saber qué significaba esto, continuaron con el incremento de ruido en sus manifestaciones; el segundo aviso se dio con la misma señal de silbato y los soldados empezaron a sentir el temor y el desconsuelo por los sucesos que ocurrirían dentro de los próximos minutos y al llegar el tercer aviso los fusiles cargados dieron la apertura a la masacre más terrible de la historia colombiana. Los manifestantes fueron dispersados y algunos cientos más desafortunados fueron ferozmente acribillados.

Las personas gemían de dolor por la pérdida de familiares, amigos y conocidos; la escena fue sangrienta. El sudor, las lágrimas y la arena, que combinadas representaban el dolor de un pueblo que luchó por sus derechos, que se enfrentó con plátanos y bananos y se los devolvieron con fusiles y ametralladoras, que empezaron trabajando en una frutería y terminaron en una violenta carnicería...

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