top of page

Abrázame

Actualizado: 28 may 2020

Por: Luciana Araque (7°A)


Estaba entre sueños y cansancio cuando un sonido fuerte y agobiante alcanzó mis oídos. Mis ojos se abrieron bruscamente y, aunque no lo quisiera, ya había empezado un nuevo día. Entré a mi ducha con el agua muy caliente; era un día de otoño nublado y frío. En unos pocos minutos ya estaba fuera y me encontraba escogiendo un atuendo. Finalmente me decidí por mi bufanda roja y desgastada que lucía perfecta con aquel chaleco gris que tejió mi madre, pero algo se sentía diferente. Aunque no podía describirlo, no le di mucha importancia y decidí olvidarlo. Bajé y vi a Elena mi esposa haciendo el desayuno en nuestra estrecha pero pintoresca cocina. Todo se veía delicioso, pero solo alcancé a tomarme mi café, que ese día estaba más espumoso que nunca.

Estaba corto de tiempo; tomé mi maletín color marrón, listo para dirigirme al trabajo. Al despedirme, me acerqué a Elena y a mis dos hijos como habitualmente lo hago, pero algo era diferente. ¿Dónde estaban mis brazos? Mi expresión facial cambió de feliz a confundida en menos de un segundo. No entendía qué estaba pasando y por qué no lo había notado antes, al bañarme y vestirme. Al levantar mi mirada, me di cuenta de que ellos tampoco los tenían, pero no parecían preocupados al respecto. Tenía prisa, por lo que tan solo me despedí con mis palabras y me fui pensativo.

Me dirigí al trabajo en mi Fiat amarillo modelo ´75, el cual ese día encendió sin problemas. Mi mente daba vueltas mientras veía personas caminando sin brazos; no podía entenderlo. Amanecí en un mundo en el que no podría dar un abrazo a mi familia, y eso me causó mucha tristeza.

Por fin llegué a mi trabajo, pero tampoco pude saludar a mis compañeros con un apretón de manos como solía hacerlo. Decidí entonces tan solo hacer algunas señas, fingiendo una gran sonrisa y levantando mis cejas. Me acomodé en mi pequeño y organizado escritorio con la intención de empezar lo asignado para ese día, pero no pude concentrarme ni un segundo; estaba muy confundido y trataba de entender por qué podía hacer mis tareas cotidianas, como vestirme, manejar y trabajar, pero no demostrarle afecto a mi familia por medio de un simple abrazo, ni saludar a mis compañeros de oficina.

Pasó el día y me empecé a sentir cansado y triste. Sentía que el mundo era oscuro al no poder demostrar mi afecto como siempre lo hacía. Lo extrañaba, no entendía por qué se había ido o por qué nadie más lo notaba. Pero el único pensamiento que en realidad sobrevolaba mi mente era: ¿de qué otra forma podría expresarme? Era hora de regresar a casa y me dirigí a mi carro, pero me sentía pesado, agotado y cada paso que daba se volvía más difícil. A lo lejos sentí una voz aguda y dulce a la vez, la cual decía mi nombre y caí inesperadamente al piso...

¡Pedro! —dijo mi esposa.

Me levanté rápidamente, confundido.

Rápido, llegarás tarde al trabajo.

En ese mismo instante me di cuenta de que todo había sido un sueño. Le di un abrazo, sintiéndome feliz por haber recuperado ese momento de protección que había perdido tan solo durante mis horas de sueño, pero que había extrañado tanto. 

Comments


bottom of page