Por: Salma Camargo y Catalina Londoño (9ºA)
Lunes 16 de mayo, 2004
— ¿Entiendes el plan?
— Claro que lo entiendo, Sara. Mi única queja es que no pienso trabajar con ese sicofanta de Adam.
— ¡Ese sicofanta eres tú! — responde Adam como el hombre maduro que es.
— ¿De qué hablas? —dice Simón, confundido.
— Mírate al espejo, somos nosotros — interrumpe Luna por primera vez.
— No lo entiendo
— Sí, Simón. Adam, Luna, tú e incluso yo, somos la misma persona, Jake lo dijo —dice Sara.
Bajo el cielo grisáceo, Sara camina después de haber hablado con Simón sobre su condición mental. No muchas veces tratan el tema de que todos están poco cuerdos. Sara es la única que entiende por lo que están pasando, ya que es quien tiene el poder y quien casi siempre tiene el lampo de cordura.
Es una mujer muy delicada y con una loca cualidad llamada dromomanía. Es racional y objetiva, con metas claras y un amor profundo por el rap y la música ochentera. Su pasatiempo favorito es hacer sudokus y llenar crucigramas en la mañana de los domingos, cuando llega el periódico a la puerta de su casa.
Se dirige al supermercado en busca de unas manzanas que hacen falta en casa y a conversar un rato con Jake, el cajero, quien podría decirse que es su mejor amigo. Él fue quien la ayudó a descubrir qué era lo que le pasaba, aunque ella siempre tuvo leves sospechas, ya que a veces aparecía en lugares sin saber por qué y no recordaba cosas de las últimas horas.
Martes 17 de mayo, 2004
Todos están en la sala de la casa, sentados en un sillón vetusto, en una situación bastante irónica. Sara está escuchando Beat It de Michael Jackson y ultimando detalles del plan. Simón toma el lampo y tacha todo lo que Sara escribió en la libreta; apaga la música, va por un encendedor, se sienta en el piso y quema una esquina de la alfombra azul que adorna su sala; le gusta el olor que produce.
Simón es muy inseguro de sí mismo y le encanta jugar con fuego. Lo único que ama más que andar quemando cosas es leer comics y coleccionar figuras de acción. Se pasa la vida en esto y envidiando al “sicofanta” de Adam.
Repentinamente, Sara vuelve al lampo y barre las cenizas del piso; ya está acostumbrada a hacerlo. De camino a la cocina a dejar la escoba, Luna lo toma y se sirve un vaso de jugo de uva, su favorito. Prende unas velas olor a canela y se pone un buzo negro que le llega a las rodillas, pues siempre tiene frio. Pone un poco de jazz en la radio y se dispone a leer lo que Sara escribió entre tachón y tachón. Lo pasa a otra libreta para que se pueda leer mejor; es muy organizada. Sara alcanza el lampo de nuevo e intenta un truco que Jake le sugirió para evitar que este se agarre al azar.
Jueves 19 de mayo, 2004
Todo se complica y Sara está cada vez más frustrada, pues lidiar con las consecuencias que dejan los otros dueños del lampo no es sencillo. Una vez más se encontrará con Jake y espera que esta vez sí traiga consigo una solución viable, porque eso de la interiorización mental no le ha ayudado en nada.
De camino al supermercado, pierde el control y Luna toma el mando. Asegurándose de verse lo más presentable posible, dispone toda su atención a quitar una pequeña mancha que las cenizas han dejado en sus zapatos. Pasan los minutos y por fin Sara consigue recuperar el lampo, sabiendo que va tarde y que si vuelve a perderlo nunca llegará. Acelera sus pasos para cruzar la última cuadra sin inconvenientes.
Lo logra pero, luego de saludar a Jake, Simón no tarda mucho en tomar el lampo. Ansioso por encontrar otra cosa qué hacer, se le ocurre que quemar unas verduras podría ser interesante, así que se aleja de su amigo y toma una calabaza que piensa incinerar. El humo, ese leve olor, lo anima y sin siquiera notarlo ya ha quemado toda una vitrina.
Cuando Sara recupera el lampo todo huele a quemado. “¿Qué pudo haber sido?”, se pregunta confundida antes de notar las llamas que envuelven los estantes de pasabocas. Ahí obtiene su respuesta. No pudo haber sido nadie más que Simón.
Jake hace todo lo posible para apagar el fuego y evitar que Sara esté en problemas, pero ya es demasiado tarde…
Viernes 20 de mayo, 2004
—¿Es usted consciente de que esa era la última advertencia? — dice el oficial que interroga a Sara por segunda vez este mes.
Su pasado encuentro no fue muy placentero ya que además de ser advertida de lo pronto que sería admitida al hospital psiquiátrico de la ciudad, el pobre señor fue víctima de las manías de Simón, quien pensó que un cambio de look le convendría al oficial y por eso le chamuscó un tanto el pelo. Claramente el hombre no comprendió cuando Simón intentó explicar la razón de sus actos y no hubo más remedio que ceder el control a Sara para que hiciera inspección y corrección de daños.
Sara no sabe qué más decir al oficial que, si bien le pide explicaciones, no está dispuesto a escucharlas, así que se conforma con asentir la cabeza y esperar que si llega a perder el lampo, lo tome Luna, que sabría cómo manejar la situación.
Viernes 27 de junio, 2004
Ya ha pasado un mes desde que Sara fue admitida en el hospital psiquiátrico y, por primera vez, todos están de acuerdo en algo: tienen que salir de ahí.
Llega la enfermera que cada mañana suelta los candados que aseguran la camisa de fuerza con la que deben pasar la noche para evitar que entre lampo y lampo Sara pierda el control. Ella pretende estar indispuesta, y siguiendo el plan al pie de la letra, logra convencer a la enfermera de que necesita aire libre.
Al salir del cuarto acolchado, que por poco hace que Adam olvide que existen más colores que el blanco, el plan se pone en acción.
Luna toma el lampo y después de contemplar el error que comete la practicante, solicita un poco de agua para poder recuperarse del terrible mareo que la hace sufrir. De repente, Simón toma el lampo y, más ágil que nunca, se dirige a la cocina de atrás donde sabe que ha de haber un encendedor. Adam le dijo que era una mala idea ignorar el plan que habían organizado, pero él cree que hay una mejor forma de acabar con todo esto. Justo después de guardar el encendedor en uno de sus bolsillos, Sara toma el lampo y sin prestar atención al porqué no está donde recuerda haber quedado con la enfermera, sale al jardín y camina hacia la reja que planean usar como ruta de escape. Sin embargo, Simón tiene otro plan. Con gran esfuerzo le arrebata el lampo a Sara y se acerca a las pipas de gas que hará explotar.
Sara vuelve al control pero ya es muy tarde. Las llamas están por todos lados, el humo inunda sus pulmones. Tienen una salida libre, pero Sara no se puede mover. Esta vez, Simón se pasó de la raya. Se acaba el oxígeno y el gas robustece el fuego.
Sara ya no es consciente y Luna toma el control. Cuidadosamente, libera su cuerpo de las tuberías que lo inmovilizaban, pero no llega muy lejos. Simón vuelve al control y ve el fruto de su rebeldía. Ya no sabe qué hacer, siempre le advirtieron, mas nunca hizo caso.
Adam toma el lampo. “Por eso le dije que no jugara con fuego”, piensa sin intentar luchar contra lo inevitable.
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