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Aquí yace

Actualizado: 20 abr 2020

Por: Andrea Cadavid (12°B)




Un dolor punzante; eso me traía recordar aquellos momentos que me hacían más daño que el exceso de cafeína en un día sombrío, más daño que un paquete de cigarros consumiendo mis pulmones y más daño que todas las personas que alguna vez me marcaron.

A mi alrededor permanecen algunos de esos recuerdos, tan intactos y tan presentes, y no puedo negar lo nostálgica que fue la pérdida de los que ya no tengo a mi alcance.

A menudo me niego a creer que todas aquellas personas, que ahora solo son lápidas en un cementerio negligente de algún rincón de mi mente, tenían que ser olvidadas por algo. Me convenzo de que todo lo que alguna vez me consumió me hará brotar en la serenidad al momento de mi desenlace, que encontraré la razón de todo y que sabré que nada fue en vano.

Sin embargo, con frecuencia también sucumbo a un estado de embriaguez, así como muchos lo hacen. No del típico, del que involucra sustancias externas, sino del que abarca sustancias internas aún más nocivas: nuestros pensamientos. Pueden llegar a ser tan corrosivos que en un segundo tienen la capacidad de pulverizar todo lo lozano que se encuentre a la vista. Así de simple, así de único. Miles de sonrisas, llantos y cercanías; todo desvanecido.

Ese dolor punzante regresa, pero ahora no es causado por los recuerdos pasajeros, sino por pensar en lo tedioso que fue el proceso de su olvido. Entonces, estaba avanzando hacia lo que consideraba como nuevos caminos y una nueva vida. Todo lo que una vez me representaba se esfumó. Había estado en un ambiente interno tan deletéreo que me reprimía de la verdadera yo, pero al final, aunque yo no lo quisiera creer, me hizo la mejor versión existente de mi persona.

¿Por qué se nos hace tan duro dejar ir? No logro obtener una respuesta válida. Tantos momentos de esos que marcan etapas increíbles de nuestras vidas, que finalmente olvidaremos en nuestro juzgado final, y yo veía a la gente a mi alrededor lidiando con las mismas cosas una y otra vez, negándose a dejarlo ir y dejarlo fluir, y no lo entendía. Era una tonta inocente al no comprenderlo, porque yo hacía lo mismo. Actuaba igual pero me rehusaba a verlo. Una vez pude llegar a términos conmigo misma, me permití preguntarme: ¿Acaso nos gusta sufrir al aferrarnos a aquellos recuerdos? Tal vez. Pero tal vez olvidar es aún más perjudicial.

No obstante, ¿qué es un recuerdo si no algo para dejarnos explorar tiempos pasados una vez más, sean buenos o malos?

Al concluir un largo vacío interior y una desconcertante disputa conmigo misma, sólo puedo decir que aquí yazco, en el mismo paisaje que me acoge, inmutable y enloquecida al mismo tiempo, millones de recuerdos brillando a través de mis ojos, todos ahora fuera de mi tan corto alcance.

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