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Guajira 2k20

Actualizado: 28 may 2020

Por: Nicolás Tobón (11°C)


Alumnos de 11° en la Guajira

Con un atardecer de película y un calor sofocante llegamos a Santa Marta, sabiendo que nos esperaba una de las mejores experiencias de nuestra vida. Llegar a una playa en Palomino, con una fogata a la orilla del mar, genera un sentimiento de tranquilidad y paz interior. Si me preguntan cómo es dormir en una carpa sobre la arena, ni yo ni mis 33 compañeros podemos responder a esta pregunta de manera concisa; estoy seguro de que ninguno durmió más de tres horas.


Al montarnos al bus sabíamos que una buena dormida estaba encaminándose, siendo esto un pan de cada día. Llegamos a las afueras de La Guajira. Tras una caminata por un monte de 3km nos esperaba un río “rápido”, en el cual, después de dos horas, muchos raspones, acrobacias tirándose al agua desde un árbol y un hermoso cielo azul, terminó nuestra travesía del segundo día.


Sabíamos que eran unas largas cinco horas en bus hasta el Cabo de la Vela, recorriendo aquellos inolvidables paisajes del norte de Colombia con las mismas tres canciones. Subir el Pilón de Azúcar, la montaña sagrada para los Wayuu es rezar para que tu gorra no se vuele y las gafas no se te caigan, pero al llegar arriba se aprecia el imponente desierto ante un sol de 35°C. El atardecer en la Guajira, al nivel del mar, es algo que cualquier persona debe presenciar. La parte que más me dejó huella, sin embargo, fue repartir en un pueblo en el Cabo las 30 cajas de donaciones que habíamos llevado, entre sonrisas, llantos y abrazos, donde se puede ver lo privilegiado que uno es en la vida.


Una noche entre ladridos de perros, increíbles historias del hermano y un frío acogedor, nos preparábamos para otro día. La visita a Cerrejón, la mina de carbón abierta más grande del mundo, propiedad de una multinacional, es prácticamente salir de la Guajira y entrar a un nuevo país; las 70.000 hectáreas, dotadas de viviendas, colegios y supermercados, muestran una cara totalmente distinta a la que se ve en el resto del departamento. Camiones con ruedas más grandes que una persona y minas gigantescas se aprecian en este lugar. El ver cómo Colombia no aprovecha esto, porque simplemente no es capaz, muestra el subdesarrollo de la región.


Al llegar a la Ranchería Dividivi se vuelven a ver las deplorables condiciones en las que la gente vive, con molinos de viento que les brindan agua, puestos desde el tiempo de Rojas Pinilla. Allí, conocer a los Wayuu es admirar la diversidad de etnias que Colombia tiene; la mujer es la máxima autoridad, y para casarse no es un anillo, son chivos y los diferentes rituales que son muestra de su cultura.


Con una última noche en el hotel, celebrando cumpleaños, se daba por terminado nuestro paseo. La combinación de los increíbles paisajes, de no solo conocer más a tu generación, sino también a ti mismo, de ver lo bendecido que se es y lo agradecidos que debemos estar, de una increíble compañía, y de conocer uno de los lugares más desérticos de Colombia, hizo de este viaje una de las mejores experiencias de mi vida.

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